Ostiguy tiene razón (una más y van…)

Esta semana pasaron dos cosas sintomáticas de cómo funciona el país. La primera es el siguiente episodio que menciona Julio Blanck en el Clarín del viernes:

«Ustedes ahora son kirchneristas, pero dentro de un año van a ser massistas o sciolistas, lo que convenga en el momento», bramó Carrió durante su última pataleta en una reunión de comisión en Diputados. Algunos peronistas se rieron, ninguno la contradijo.

Difícil no estar de acuerdo. Pero lo que se les escapa tanto a Carrió como a Blanck (más por falta de introspección que por deshonestidad) es que lo mismo vale para los que están del otro lado. ¿Acaso dentro de unos años Carrió no va a ser tan antisciolista o antimassista, según lo que convenga en el momento, como sus adversarios van a ser massistas o sciolistas?

El otro punto destacable de la semana es la reacción que generó el discurso de Sabsay en IDEA. Como se aprecia en el video, Sabsay fue muy duro con el gobierno: lo comparó con el nazismo por insuflar la cultura del odio (desde minuto 6:15); cuestionó el uso de la ley de medios y el AFSCA como mecanismos de censura (7:40), lo que por otra parte es innecesario porque el oficialismo ya maneja el 80% de los medios (8:50); señalé que el proyecto de Código Procesal Penal representa «la forma más reaccionaria del Derecho Penal» (11:25); definió a Alejandra Gils Carbó como la «encubridora general de la Nación» (12:10); y destacó que el canciller Héctor Timerman da vergüenza y es un traidor por negociar con Ahmadinejad (16:50). Todos puntos con los que estoy generalmente de acuerdo. Pero de todo lo que dijo Sabsay, lo que más prendió fue el pedido para que la presidenta «muestre el título» de abogada. En otras palabras, tenemos un gobierno que hace cosas espantosas y el meme de la semana es que la presidenta nunca habría recibido el título que dice tener.

Los episodios parecen disímiles, pero tienen un importante punto en común: ambos reflejan el clivaje dominante en la política argentina desde 1945, que es la oposición entre peronismo y antiperonismo. Como señala el politólogo canadiense Pierre Ostiguy, dicha oposición no se basa en diferencias ideológicas o preferencias de política, sino en identidades. De un lado está la «clase media», educada, que mira al exterior, respetuosa de los procedimientos y la legalidad; del otro está «el pueblo», nacional y popular, preocupado por que las cosas se hagan, sin importar los formalismos legales. Esas identidades correlacionan bien con nivel educativo e ingresos, pero no con ideología: las políticas criminales represivas y de mano dura encuentran eco en ciertos sectores de la clase media, pero también en el conurbano bonaerense (Ruckauf, Rico, Massa). A la inversa, los políticos progresistas que cuestionan la mano dura generalmente vienen de la clase media (Frepaso, socialismo). Lo mismo pasa en cuestiones de política económica: si parece extraño que Menem y Kirchner hayan podido coexistir en el mismo partido, ¿qué hay de Alfonsín y De la Rúa (por no decir López Murphy)? ¿Acaso Pino Solanas no comparte espacio con Alfonso Prat Gay, que fue compañero de fórmula de Victoria Donda?

De acuerdo con Ostiguy, para un político en campaña es más redituable politizar el clivaje peronismo-antiperonismo que cualquier otro clivaje basado en preferencias de política. Se trata de un argumento falsificable y por ende científicamente válido, pero los eventos de esta semana no hacen más que corroborarlo. Carrió acusa a los diputados peronistas de alinearse detrás del próximo líder de turno, sea Scioli o Massa, como si existiera la posibilidad de que ella apoye a un gobierno peronista que sea ideológicamente afín (suponiendo que Carrió tenga preferencias ideológicas definidas). ¿Acaso no hay un doble estándar en cuestionar a los peronistas de sólo alinearse con el peronista de turno cuando los antiperonistas sólo buscan acuerdos dentro de su propio campo? Sabsay dice con todas las letras que el gobierno de Cristina Kirchner ha cometido toda clase de atropellos y va a dejar una herencia espantosa, pero la acusación que más «prende» es que la presidenta no tiene el título que dice tener: más grave que lo que hizo en el poder es que pretenda hacerse pasar por una abogada de clase media que no es. Y mientras tanto, las cuestiones de política que tanto importan –cómo bajar los índices de delincuencia de manera efectiva; cómo evitar que el narcotráfico se enquiste en el país; cómo distribuir los costos de salida de la encerrona económica en que nos metió el gobierno; cómo hacer para integrar al país al mundo en un contexto donde hay fuertes incentivos políticos para no hacerlo– siguen escondidos bajo la alfombra.

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