Frondizi y el festival de importaciones

«Import substitution proved to be an import-intensive activity.» (Carlos Díaz-Alejandro, «On the Import Intensity of Import Substitution», Kyklos, 3, 1965)

La figura de Frondizi está sobrevalorada. Verlo como el gran estadista que tenía un plan viable para conducir al país por la senda del desarrollo, un plan que hubiera podido funcionar en la práctica si tan solo los militares le hubieran hecho menos planteos, es una afirmación sin demasiado asidero; la situación política y económica de Argentina a fines de los 50 era demasiado complicada como para ser resuelta por un solo hombre.

Es cierto, sin embargo, que de los personajes públicos que tuvieron poder de decisión entre 1955 y 1983, nadie comprendió mejor que Frondizi los límites del modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) en que se habia embarcado el país. Dichos límites se resumen en la frase que abre este post: en Argentina, la sustitución de importaciones fue una actividad intensiva en importaciones, porque la industria nacional requería de insumos (hidrocarburos, acero, químicos, etc) que no se producían en el país. Así, cuanto más avanzaba la ISI, aumentando el salario real de los trabajadores, más aumentaba la demanda (indirecta) de productos importados. Un verdadero festival de importaciones:

An observation made by Alejandro neatly summarizes this situation: The income elasticity of Argentine demands for imports was 2.6, which meant that, when and if national income grew by one unit, it generated a demand for 2.6 units of imported goods; therefore, the foreign exchange position of the country was worsened by positive rates of growth. (Guillermo O’Donnell, Modernization and Bureaucratic Authoritarianism,  Berkeley, Institute of International Studies, 1979, p. 136)

De ahí que la meta del autoabastecimiento petrolífero fuera tan importante. Al contrario de lo que muchos piensan (pensábamos), el autoabastecimiento era clave no por cuestiones militares o «estratégicas», sino porque reducía la demanda de divisas. Pero claro, el autoabastecimiento requería inversiones extranjeras, que a su vez dependían de autorizar a las empresas extranjeras a que «se lleven el petróleo» para venderlo afuera. Eso es algo que el Perón de 1952 y el Frondizi de 1958 comprendieron muy bien, pero que Axel «Seguridad Jurídica es una Palabra Horrible» Kicillof evidentemente no termina de entender.

Pero ojo, que eso tambien nos muestra los límites de un modelo sustitutivo de importaciones. Darle garantías a las empresas petroleras implica atar el precio interno del petróleo al internacional, lo que incide en el precio de los insumos de la industria local(*). Ahí está el talón de Aquiles de la ISI: una industria que requiere de protección para sobrevivir es improductiva, y por ende sólo puede sobrevivir si recibe transferencias de recursos desde otros sectores. En otras palabras, la ISI esta basada en la redistribución antes que en la creación de riqueza, y por ende no sorprende que  su capacidad de mejorar la calidad de vida en el largo plazo sea modesta.

De hecho, no es casual que los grandes «milagros» económicos del siglo XX, como Japón y los tigres asiáticos, se hayan basado en un modelo de exportación de productos industriales antes que en la sustitución de importaciones -incluso sin autoabastecimiento petrolero. La razón es que producir para exportar obliga a satisfacer al consumidor extranjero, lo que requiere una continua mejora de los precios y la calidad. Eso es justamente lo que estuvo ausente en la Argentina de la segunda mitad de siglo, y sigue faltando hoy.

(*) Aunque es cierto que la demanda de dolares puede ser menor, ya que parte de los insumos de las petroleras pasan a estar en pesos.

el arte de la herestética

«Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.» (Jorge Luis Borges, «El Sur»)

El gobierno maneja muy bien lo que el politólogo William Riker llamó herestética, es decir el arte de marcar la agenda, de plantear la discusión política en los términos más favorables para uno. Si la retórica consiste en el arte de persuadir a los demás de las propias posiciones, la herestética es la capacidad de «inclinar la cancha» para ganar el debate sin necesidad de convencer a nadie. El ejemplo perfecto es el lanzamiento del billete de Evita: a través del mismo, el gobierno logró mover el debate desde la inflación, donde sale perdiendo, a los méritos relativos de Roca y Eva Perón, donde la cosa está mucho más pareja. Un golazo de media cancha.

La contracara de la capacidad del gobierno para marcar la agenda es la nula capacidad de la oposición para introducir algún tema de debate que «prenda» en la gente. Más allá de la discusión sobre si la oposición es suficientemente crítica del kirchnerismo o no, lo que es grave es que ningún dirigente opositor sabe (o quiere) cómo decir algo que pase a estar en boca de todos y obligue al gobierno a responder. Como recientemente señalaba un amigo, limitarse a criticar sólo las peores barbaridades del kirchnerismo (como el Indec), o a proponer generalidades contra las que es imposible estar en desacuerdo (como que necesitamos más educación) no es en el fondo más que una forma de autocensura. Lo que necesitamos es un dirigente opositor que sea como Lanata, que sepa (y quiera) instalar temas en la agenda.

La comparación con Lanata es especialmente adecuada porque la paranoia con la que los kirchneristas respondieron al lanzamiento de Periodismo Para Todos muestra que el gobierno es muy consciente que su principal activo político es el control de la agenda. Además, los ataques que recibió Lanata también ilustran lo que le espera a cualquier dirigente opositor que logre instalar un tema incómodo para el gobierno. A nadie le gusta que lo critiquen, pero como lo muestra la historia del propio Néstor Kirchner, para triunfar en política muchas veces es necesario instalar temas nuevos, y eso implica recibir un vendaval de críticas. En los blogs y artículos kirchneristas es frecuente leer que la política es conflicto, que nunca es posible dejar contentos a todos. El gobierno se tomó el mensaje al pie de la letra. Sería bueno que los opositores empiecen a tomarlo en cuenta.